Juan José Tamayo

 

Vivimos tiempos de fundamentalismos. La propia palabra ha trascendido el ámbito religioso, donde surgió, y se ha instalado en otros campos de la vida y del quehacer humano. Así se habla de fundamentalismo político –la religión del Imperio-; de fundamentalismo económico –el mercado convertido en Dios-; de fundamentalismo cultural –imposición de una cultura hegemónica que se auto-proclama universal-; de fundamentalismo patriarcal -el patriarcado como modelo organizativo de la sociedad-, etc. Todos los fundamentalismos se refuerzan y apoyan hasta conformar una estructura social global caracterizada por el pensamiento único, la negación del pluralismo y el rechazo de cualquier alternativa al modelo vigente.

En mis análisis sobre los conflictos del mundo actual he llegado a unas conclusiones que se han convertido en convicciones:

– Ni el choque de civilizaciones es la ley de la historia;

– ni las guerras de religiones son una constante en la vida de los pueblos;

– ni los fundamentalismos pertenecen a la esencia de las religiones;

– ni los enfrentamientos entre las diferentes etnias están en la naturaleza de éstas;            – ni las diferencias culturales tienen que desembocar en conflictos entre ellas;

– ni las diferentes disciplinas tienen que estar enfrentadas por defender celosamente su campo de estudio;

– ni los pueblos tienen que resolver sus problemas y conflictos violentamente;      – ni las identidades se construyen imponiéndose y destruyéndose unas a otras.

– ni la sumisión de las mujeres bajo el imperio del patriarcado constituye el principio de organización de la sociedad ni el modelo de relaciones humanas.

Yo creo que el choque de civilizaciones, los fundamentalismos, los enfrentamientos étnicos, los conflictos identitarios y el patriarcado son construcciones ideológicas de los poderes políticos, económicos, militares, religiosos y culturales hegemónicos que establecen alianzas entre sí para mantener su poder sobre el mundo y las conciencias de los ciudadanos. Son construcciones ideológicas que manipulan a las culturas, a las que se pone al servicio de proyectos imperialistas opresores; a Dios, a quien se invoca como aliado suyo; a las religiones, consideradas expresa o tácitamente como sanción moral de sus comportamientos, incluso violentos.

Las religiones y las culturas no pueden caer en la trampa que les tienden los poderes hegemónicos. No pueden seguir siendo fuentes de conflicto entre sí ni seguir legitimando los choques de intereses espurios de las grandes potencias. La alternativa al choque de civilizaciones, al conflicto entre culturas, a la guerra de religiones y a los enfrentamientos étnicos es el diálogo político, intercultural, intrarreligioso, interreligioso e interdisciplinar y el trabajo por la paz, que han de convertirse hoy en el imperativo categórico de las distintas cosmovisiones, quiero decir, tradiciones filosóficas, morales, culturales, religiosas y espirituales de la humanidad, si no quieren anquilosarse, ignorarse o, peor todavía, destruirse unas a otras. El diálogo entendido como forma de vida, como talante, como método para la búsqueda de la verdad, para la resolución pacífica de los conflictos y como imperativo categórico.

Y ello por una serie de razones antropológicas, epistemológicas, filosóficas, políticas, interculturales, religiosas y teológicas, que justifican el elogio o, mejor, la apología del diálogo que voy a hacer a continuación.

  1. El diálogo forma parte de la estructura del ser humano. Este, más que lobo para sus semejantes, es un ser social, y la sociabilidad implica espacios de comunicación, escenarios de encuentro, lugares de diálogo. Por lo mismo, la incomunicación, el desencuentro y el monólogo constituyen la más crasa negación y enemigo de la sociabilidad y convierten al ser humano en lobo estepario, peor aún, en destructor de sí mismo. La existencia misma del ser humano no se entiende sin referencia al otro, a los otros con quienes comunicarse. Lo expresaba certeramente Desmond Tutu, conforme a la antropología Ubuntu: “yo soy si tú eres”. La madurez y la realización integral de la persona requieren un ámbito de referencia: la projimidad.

El ser moral de la persona implica la alteridad y no se entiende sin la mediación dialógica: la ética comienza cuando los otros entran en escena, dice certeramente Umberto Eco. La sociabilidad no es un accidente ni una contingencia; es la definición misma de la condición humana, afirma Todorov, quien cita el ensayo de Rousseu Essai sur l’ origine des langues: “Aquel que quiso que el hombre fuera sociable tocó con el dedo el eje del globo y lo inclinó sobre el eje del universo”[1].

  1. El diálogo forma parte, igualmente, de la estructura del conocimiento y de la racionalidad. La razón es dialógica, no autista; es intersubjetiva, no puramente subjetiva. El autismo constituye una de las patologías de la epistemología. Nadie puede afirmar que posee la verdad en exclusiva y en su totalidad. Menos aún decir, remedando al Rey Sol: “La razón soy yo”. Todo lo contrario. Es mejor seguir la consigna de Antonio Machado:

“¿Tu verdad? No, la Verdad,

y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela”

(“Proverbios y cantares”,  Poesía y prosa, t. II, «Clásicos Castellanos», Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p. 643).

  1. El diálogo requiere argumentación, como paso necesario en toda búsqueda y momento vital en el debate; de lo contrario no se produce avance alguno y siempre se está en el mismo sitio. Ahora bien, la argumentación exige dar razones y exponerlas con rigor, pero también escuchar las razones del otro y cambiar de opinión si estas resultan convincentes.
  2. El diálogo es una de las claves fundamentales de la hermenéutica. Es la puerta que nos introduce en la comprensión de los acontecimientos y de los textos de otras tradiciones culturales y religiosas o de los acontecimientos y de los textos del pasado de nuestra propia tradición. ¿Qué otra cosa es la hermenéutica sino el diálogo del lector con dichos textos y acontecimientos en busca de significado, de sentido? Gracias a él podemos superar la distancia, a veces abismal, de todo tipo: cronológica, cultural, antropológica, entre los autores y protagonistas de ayer y los lectores de hoy.

Sin diálogo con los textos y los acontecimientos, estos no pasan de ser restos arqueológicos del pasado u objetos de curiosidad sin significación alguna. La conversación, cree David Tracy, puede funcionar como modelo de toda interpretación. A su vez, la religión constituye la realidad más plural y ambigua, al tiempo que la más difícil y, por ello, la mejor prueba para cualquier teoría de la interpretación[1].

El ser humano vive y actúa, piensa y delibera, comprende y cree, juzga y experimenta, bajo el signo de la interpretación. Coincido con Tracy en que “ser humano es actuar reflexivamente, decidir deliberadamente, comprender inteligentemente, experimentar plenamente. Lo sepamos o no, el ser humano es un hábil intérprete[1].

Todo acto de interpretación implica tres realidades: un fenómeno a interpretar, personas que lo interpreten y la interacción entre ambas. El fenómeno a interpretar puede ser una ley, una acción, un símbolo, un texto, un acontecimiento, una persona. La persona que lo interpreta puede ser individual o colectiva. El diálogo entre ambos es precisamente el acto hermenéutico por excelencia.

  1. El diálogo constituye una alternativa al fundamentalismo y al integrismo cultural, religioso y étnico. Es un antídoto frente a la ideología del “choque” o el enfrentamiento entre culturas y religiones y frente a toda amenaza totalitaria. La fuerza del diálogo se impone sobre cualquier otro mecanismo de poder, incluida el militar, al que se recure con frecuencia para imponer modelos políticos y condiciones absolutas que dificultan o imposibilitan la convivencia[2].
  1. A favor del diálogo habla la historia de las religiones, que muestra la riqueza simbólica de la humanidad y la pluralidad de manifestaciones de lo sagrado, de lo divino, del misterio en la historia humana, la diversidad de mensajes y de mensajeros no siempre coincidentes y a veces enfrentados, y las múltiples y diferenciadas respuestas a las múltiples preguntas en torno al origen y el futuro del cosmos y de la humanidad, sobre el sentido y el sin-sentido de la vida y de la muerte. La uniformidad constituye un empobrecimiento del mundo religioso. Debe reconocerse y afirmarse, por ende, la pluralidad y la diferencia como muestras de la riqueza de dicho mundo. Pluralidad y diferencia que no puede desembocar en desigualdad.

Quizá el frecuente recurso al anatema de los creyentes hacia los no-creyentes y de los creyentes de unas religiones contra los de otras se deba a la ausencia de la asignatura de historia de las religiones en los curricula escolares y a la presentación de cada religión como única verdadera y como único camino de salvación con exclusión de las demás[1]. Resulta una incoherencia mantener la enseñanza confesional de la religión en la escuela en un Estado no-confesional. A eso cabe sumar el fracaso de dicha enseñanza. La solución está, a mi juicio, en la incorporación, dentro de los planes de estudios escolares, de una de historia de las religiones en el contexto de la historia de la cultura impartida con rigor científico, con sentido crítico y desde una perspectiva laica.

  1. La verdad no se impone por la fuerza de la autoridad, sino que es fruto del acuerdo entre los interlocutores tras una larga y ardua búsqueda, donde se compaginan el consenso y el disenso. Esto es aplicable también al conocimiento teológico. Así se ha operado en los momentos más brillantes y creativos del debate doctrinal dentro de la mayoría de las religiones. La metodología dialógica sustituye a la imposición autoritaria de las propias opiniones por decreto y quiebra los estereotipos de lo verdadero y lo falso establecidos por el poder dominante, en este caso por la religión dominante.

Es verdad que esta metodología puede desembocar en rupturas, pero estas responden muchas veces a las prisas a la hora de tomar decisiones y a la intransigencia de quienes fijan las reglas de juego. En todo caso siempre debe evitarse tanto la injerencia de instancias de poder ajenas al ámbito religioso, que tienden a manipular las religiones y ponerlas a su servicio, como la injerencia de instancias religiosas en la investigación científica.

  1. También la interculturalidad aboga por el diálogo interreligioso[2]. Ninguna cultura ni religión pueden considerarse en posesión única de la verdad como si se tratara de una propiedad privada recibida en herencia o a través de una operación mercantil. Como tampoco una sola religión o cultura tienen la respuesta única a los problemas de la humanidad o la fuerza liberadora exclusiva para luchar contra las opresiones. La verdad, la respuesta a los problemas humanos y la liberación están presentes en todas las religiones y culturas, si bien mezcladas con desviaciones y patologías epistemológicas. ¡Y hay que buscarlas constantemente!
  1. El diálogo intrarreligioso e interreligioso constituye un imperativo ético para la supervivencia de la humanidad, la paz en el mundo y la lucha contra la pobreza. En torno a 5.5000 millones de seres humanos están vinculados a alguna tradición religiosa y espiritual. Y si se ponen en pie de guerra, el mundo se convertiría en un coloso en llamas con una capacidad destructiva total. Primero, se unirían todos los creyentes para luchar contra los no creyentes hasta su eliminación. Después, se enfrentarían los creyentes de las distintas religiones entre sí hasta su destrucción reeditando las viejas guerras de religiones. Muy distinto sería el escenario si las religiones dialogaran y se comprometieran en el trabajo por la paz, la lucha por la justicia, la defensa de la naturaleza como hogar de los seres humanos, el logro de la igualdad y el reconocimiento de la diversidad[1].
  2. Coincido con Raimon Panikkar en que “sin diálogo el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan”. Idea que es inseparable del respeto a la diversidad, como afirma el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo: “Sin diálogo, la diversidad es inalcanzable; y, sin respeto por la diversidad, el diálogo es inútil”. La interdependencia de los seres humanos, la diversidad cultural, la pluralidad de cosmovisiones, e incluso los conflictos de intereses demandan una cultura del diálogo, como reconocía el Dalai Lama en el discurso pronunciado en el Foro 2000 en Praga: “Siempre habrá en las sociedades humanas diferencias de opiniones y de intereses, pero la realidad hoy es que todos somos interdependientes y tenemos que coexistir en este pequeño plantea. Por lo tanto, la única forma sensata e inteligente de resolver las diferencias y los choques de intereses, ya sea entre individuos o entre países, es mediante el diálogo. La promoción de una cultura del diálogo y de la no violencia para el futuro de la humanidad es una importante tarea de la comunidad internacional”.
  3. La búsqueda de la verdad es la gran tarea y el gran desafío del diálogo interreligioso e intercultural. Y ello a sabiendas de que nunca llegaremos a poseerla del todo y de que sólo lograremos aproximarnos a ella. El carácter inagotable de la Verdad – con mayúscula- nos disuade de todo intento de apresarla en fórmulas rígidas y estereotipadas. La profundidad de la verdad –con minúscula- nos disuade de creer que hemos llegado a poseerla. Todo lo contrario, cuanto más vamos en busca de la verdad, menos podemos apresarla.

El diálogo ha de partir de unas relaciones simétricas entre las religiones y de la renuncia a actitudes arrogantes por parte de la religión que está más arraigada o es mayoritaria en un determinado territorio. Las religiones todas son respuestas humanas a la realidad divina que se manifiesta a través de diferentes rostros. Todas ellas forman un «pluralismo unitario» (P. Knitter), al tiempo que cada una posee una «singularidad complementaria» abierta a las otras.

Las religiones no pueden recluirse en su propio mundo, en la esfera de la privacidad y del culto, como si los problemas de la humanidad no fueran con ellas. Todo lo contrario, han de activar sus mejores tradiciones para contribuir a la construcción de una sociedad intercultural, interreligiosa, interétnica, justa, fraterna y sororal.

 

  1. El diálogo no pretende vencer y derrotar, o convencer y obligar a cambiar de opinión al interlocutor, sino buscar elementos de encuentro desde las diferentes posiciones culturales y religiosas. Tampoco busca llegar a síntesis irénicas, pero sí puede crearse un nuevo lenguaje compartido para poder entenderse y unos mínimos éticos de convivencia consensuados. No se trata de crear grandes teorías universales, ni una superestructura cultural, sino de favorecer relaciones y entendimientos mutuos, donde todos tengan cabida y puedan participar en pie de igualdad. El escenario del diálogo puede proporcionar un proceso de mutuo aprendizaje unos de otros.

 

  1. El diálogo tiene ser: inclusivo de todas las culturas, etnias, civilizaciones, espiritualidades y religiones frente a la tendencia generalizada a excluir tradiciones religiosas, culturales y espirituales minoritarias y ancestrales por considerarlas atrasadas e irrelevantes; contrahegemónico, para ello hay que evitar la jerarquización entre culturas desarrolladas y subdesarrolladas, grandes religiones y religiones minoritarias, que convierte a las grandes religiones en hegemónicas y a las minoritarias subalternas, así como cuestionar la legitimación que las grandes religiones hacen de los poderes hegemónicos; liberador de las estructuras opresoras y alienantes.

 

  1. El diálogo intercultural requiere la alianza en la lucha contra la pobreza y contra las desigualdades. El diálogo de culturas sin diálogo de religiones resulta ineficaz, ya que no pocas culturas tienen su matriz en las religiones. El diálogo entre religiones sin diálogo entre culturas es una operación endogámica. El diálogo entre religiones sin diálogo con la sociedad es endogámico. El diálogo, todo diálogo, sin lucha por la justicia, es vacío. El encuentro de religiones y el diálogo de culturas sin la alianza contra la pobreza se torna estéril y no pasa de ser una entretenida charla de sobremesa, que puede desembocar en verborrea, sobre todo si está regada de abundante líquido etílico.

 

  1. Muchas religiones, muchas manifestaciones de la marginación, muchos rostros de la pobreza, condicionados todos ellos, de una u otra forma, por la situación económica, agudizados por la economía neoliberal, radicalizados por la dictadura inmisericorde de los mercados y desamparados con frecuencia por las religiones. Continentes enteros, regiones, países, sectores sociales sumidos en la pobreza estructural por mor del neoliberalismo: en total, más de dos terceras partes de la humanidad, la mayoría en el Sur, pero también con grandes bolsas de pobreza en el Norte rico. Mujeres doble o triplemente oprimidas y discriminadas: por ser mujeres, por ser pobres y por pertenecer a etnias marginadas. Comunidades indígenas sojuzgadas, comunidades negras sometidas a un régimen de apartheid realmente existente, jóvenes sin trabajo, personas mayores en soledad y sin atenciones sociales, 6 millones de desempleados y un millón setecientas mil familias con todos los miembros en paro en España, incremento cada vez mayor de las desigualdades, etc.

Las religiones no pueden pasar de largo ante los diferentes rostros de la pobreza y de los empobrecidos, y en este momento ante las víctimas de la crisis. Han de mostrar sensibilidad hacia ellas y comprometerse en la lucha contra las causas que las provocan: discriminaciones de género, opresión política, explotación económica, intolerancia religiosa, marginación étnica, dominación colonial, ¿Cómo?

. Personalmente, viviendo sin ostentación, con austeridad.

. Comunitariamente, a través de la práctica del compartir, experiencia común a las religiones.

. Socialmente, comprometiéndose con los movimientos que luchan por otro mundo posible.

. Teológicamente, a través de la elaboración de una teología intercultural e interreligiosa de la liberación o, si se prefiere, de una alianza entre la teología de las religiones, la teología feminista y las teologías de la liberación.

. Ecológicamente, trabajando por un desarrollo sostenible y por una relación no opresora de los seres humanos hacia la naturaleza.

. Económicamente, construyendo un modelo alternativo al capitalismo neoliberal.

. desde la perspectiva de género, con la práctica de la democracia paritaria con igual representatividad de hombres y mujeres en las organizaciones religiosas; el reconocimiento de las mujeres como sujetos éticos, religiosos, capaces de tomar sus decisiones libremente y en conciencia sin interferencia de las jerarquías religiosas patriarcales; el respeto escrupuloso de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres como derechos humanos; la incorporación de las mujeres al espacio sagrado, del que han sido separadas por irracionales leyes de pureza e impureza; devolviéndoles el protagonismo que se les ha negado en el ejercicio del poder; el reconocimiento de responsabilidades directivas en igualdad de condiciones que los varones; la participación en la elaboración de la doctrina moral, hasta ahora impuesta por los varones; la interpretación de los textos de las religiones desde la perspectiva de género; la eliminación del lenguaje patriarcal, en sí mismo discriminatorio y con frecuencia legitimador de la desigualdad y la violencia contra las mujeres.

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