Federico Mayor Zaragoza
La progresiva normalización de la convivencia se obtiene cuando se consigue, en un esfuerzo consciente, mirar –también, primero, y preferentemente después- hacia el futuro. Desde luego, hay que conocer bien y tener memoria del pasado: sin verdad y justicia no es posible restañar profundas heridas y desgarros irreversibles en nuestras vidas. Con verdad y justicia es muy difícil. Sin ellas, existen hondos sentimientos de animadversión, actitudes irreconciliables. Con ellas, se impone poco a poco, el valor de un mañana distinto, se esclarecen horizontes sombríos. Y nos apercibimos de que sólo el por-venir está por-hacer y que debemos actuar de tal modo que los hijos de todos puedan convivir armoniosamente. Este sueño ayuda a orientar el comportamiento cotidiano presente.
Memoria del pasado, sí. Pero, sobre todo, memoria del futuro para aliviar nuestro paso y quitar adherencias y pesares en nuestras alas, para levantar el vuelo.
En la excelente contribución de Marta Rodríguez Fouz se refiere a la justicia restaurativa, que “se identifica con la necesidad de reconocer sin matices que ninguna de las muertes, ni de las agresiones, secuestros, extorsiones, amenazas… estaba justificada y, por alcance, con la asunción de responsabilidad por el sufrimiento provocado”. Y añade: “Una sociedad que olvida su pasado violento o su eventual responsabilidad en esa violencia, está contribuyendo a perpetuar la injusticia sobre las víctimas y a mantener la impunidad de sus verdugos… Por ello, las instituciones democráticas, con independencia de quien gobierne, deben respetar sin ambigüedades una revisión crítica del pasado que afronte con valentía la verdad de lo ocurrido… Se trata de un esfuerzo colectivo (institucional y civil) para reconocer que ha habido víctimas y victimarios y que el episodio de la violencia de ETA en Euskadi no debería cerrarse en falso identificando lo ocurrido como parte de un conflicto estructural que había dañado a todos por igual y cuya responsabilidad se diluye en una versión equidistante respecto a todas las víctimas… Lo que resulta inquietante y poco alentador desde el punto de vista de la normalización de la convivencia es que no haya un reconocimiento inequívoco y explícito de que la lucha armada de ETA ha sido injusta y de que el sufrimiento provocado es injustificable”.
Realmente, si queremos imaginar las plazas del mañana con unos y otros conviviendo serena y pacíficamente, es preciso abandonar en el presente, para que sea ya siempre pasado, cualquier resistencia, cualquier reticencia, de raíz emocional o ideológica.
Aquí no caben matices ni argumentos conceptualmente ambiguos: no matarás. La vida es el don supremo y nadie está legitimado para arrebatarla. Como Presidente de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte, trabajo a favor de la abolición porque el asesinato es un error y un horror sea quien sea, incluido el Estado, desde luego, el que lo lleva a efecto.
La extraordinaria experiencia y sus profundas reflexiones sobre “una filosofía para hacer las paces” se reflejan en la valiente aportación del Prof. Vicent Martínez Guzmán, a estas jornadas, que consta de los apartados siguientes: escuchar el dolor, interpelados por el sufrimiento; el arte de hacer las paces y la imaginación moral; formas viables de reconciliación; políticas y transformación de conflicto. Dice lúcidamente en esta última sección: “La violencia, reconoce Arendt (1998) nunca tiene legitimidad. Y afirma, con Lederach: … “la reconciliación promueve un encuentro entre la expresión franca de un pasado doloroso y la búsqueda de la articulación de un futuro interdependiente a largo plazo…, porque enmendar los daños va unido a una concepción de un futuro común”.
Desde el origen de los tiempos, el poder absoluto masculino ha utilizado casi siempre la razón de la fuerza, siguiendo indefectiblemente –con el interesado consejo de los productores de armas- el siniestro adagio “si vis pacem para bellum”. Siempre cultura de guerra, siempre imposición, dominio, violencia. La paz ha sido una pausa, nunca un logro consolidado. Los seres humanos, invisibles, temerosos, obedientes, silentes, hasta hace muy pocos años. Desde entonces, gracias a la tecnología digital, pueden expresarse libremente de forma progresiva, saben lo que acontece a escala planetaria y se convierten en ciudadanos del mundo. Y, lo más importante, las mujeres por fin en el estrado, sin mimetismos, optando por la paz y sosteniendo la vida. Las mujeres que, como me decía el Presidente Nelson Mandela, “aplazan siempre el uso de la fuerza”. Ahora sí, puede pensarse que será la voz de “Nosotros, los pueblos…” la que prevalecerá, la que permitirá la transición desde una cultura de enfrentamiento a una cultura de encuentro, conversación, conciliación, alianza y paz. La transición histórica de la fuerza a la palabra.
A este respecto, qué oportunos los pensamientos del Prof. Juan José Tamayo en su artículo “Apología del diálogo versus fundamentalismos”. Explica el diálogo como “imperativo categórico de las distintas cosmovisiones”. La apología del diálogo comprende razones antropológicas, epistemológicas, filosóficas, políticas, interculturales, religiosas y teológicas. “El diálogo forma parte de la estructura del ser humano… forma parte igualmente de la estructura del conocimiento y de la racionalidad…; requiere argumentación como paso necesario en toda búsqueda y momento vital en el debate; es una de las claves fundamentales de la hermenéutica…; constituye una alternativa al fundamentalismo y al integrismo cultural, religioso y étnico…; la verdad no se impone por la fuerza de la autoridad sino que es fruto del acuerdo entre los interlocutores tras una larga y ardua búsqueda donde se compaginan el consenso y el disenso…; la búsqueda de la verdad es la gran tarea y el gran desafío del diálogo interreligioso e intercultural; el diálogo no pretende vencer y derrotar, o convencer y obligar a cambiar de opinión, sino buscar elementos de encuentro desde las diferentes posiciones culturales y religiosas…”.
Puedo asegurarles que los trabajos que he intentado resumir fortalecen mi convencimiento de que, conscientes de que el futuro podemos y debemos inventarlo, seguimos avanzando, contra viento y marea hacia el horizonte esclarecido que el clarividente “Plan de Paz y Convivencia 2013-2016 un objetivo de encuentro social” nos puso como tarea personal y colectiva.